miércoles, 18 de mayo de 2011

Ignóralo

Después de casi dos horas de intentos fallidos, por fin me estaba quedando dormida. Así que me recosté en mi casa, justo al lado de la ventana, con la calle acompañando mi velada.

En ese momento, ya medio inconsciente, escuché el sonido de unas llantas derrapándose, como estacionándose, y se escuchó que la puerta se abría.

-¿Cómo les fue, cuñado?
-Pues nada bien- se escuchó resentido
-¿Y mi hermana?
-Se tuvo que quedar en el hospital- su voz se escuchaba nerviosa.
-No me mienta, cuñado
-Pues no es que quiera pero no puedo, no le va a gustar la verda’
-¡Ya dígame!
- Pues se quedó en el bar. Pero le juro que ella quería y quería y no me dejo decirle que no y la tuve que llevar y ahí la intente convencer pero no quiso
- Usted dijo que la iba a sacar de ese disque trabajo, aunque gane dinero eso no está bien, va a salir lastimada. Yo le di a usted mi bendición porque me prometió que la iba a sacar.

Me puse a leer, evitando aquella conversación ajena. Solo se escuchaban blasfemias. Con palabras como puños. De pronto, volvieron a llamar mi atención con algo que salió de su boca: silencio. Se quedaron callados un buen rato, no entendí por qué.

- Ya, lo dejo hacer lo que quiera pero baje esa pistola, cuñao’ bájela- este señor, desconocido para mí, lloraba.

De pronto hubo un ruido que mis oídos nunca habían sentido. Mi mente sigue intentando olvidar aquel ruido. Metálico al principio, ventoso después y luego sentí como si el sonido me enseñara justo como la bala pasaba por la carne humana.

Al día siguiente me desperté con el sueño en mi cabeza, la rutina de todas las mañanas me distrajo un rato.

Al salir de mi casa, un carro blanco y azul con luces tintineantes en el techo me saco de mi rutina, me di la vuelta y camine alrededor de mi manzana para llegar a donde pude llegar con unos pasos.

Por más de una semana seguí evitando el lugar que mi ventana vigila desde arriba. No quería volver a ver esa mancha rojiza ya casi negra que estaba en el piso, con forma de charco y que ahora tenía un viejo chicle adornándola. No quería volver a recordar esa conversación que intentaba arraigarse en mi mente.

Después de las casi dos horas de intentos para dormir, al no poder por ese pensamiento de esa conversación de aquella noche, solo puedo repetirme: IGNÓRALO

Sin título

Entré y el pasado me ataco, como acosándome, por mi flanco izquierdo que usualmente es el más desprevenido. Luego, del lado derecho observe un interruptor (igual a los que se usan para prender o apagar el amor), justamente debajo de una muestra de la engañosa realidad. Es entonces cuando la luz, que está rodeada de estrellas en su punto de mayor concentración, ilumino mi camino.

Enfrente de mí había un letrero en forma de advertencia, un letrero sobre no dejarte afectar por la realidad. Me asusto la verdad en esas palabras así que gire hacia la izquierda y camine unos pasos. Del lado izquierdo esta un rincón del pensamiento abarrotado de recuerdos que no dejarían trabajar ni a un experto.

A mis ojos llega la imagen de una placa blanca, vacía, abarrotada de tinta reciente y del inicio de la consolidación de una parte de mí. Arriba de esta placa, hay protectores de cabezas que no han sido utilizados desde la época en la que nuestros ancestros inventaron los teléfonos celulares.

Me desplazo hacia la derecha pero viendo a la misma dirección y encuentro un relato sobré el decadente y verdadero futuro que nos espera si seguimos sin poner nuestro granito de arena. Después, signos profundos del paso de una mente revolucionaria con tendencias zapatistas. Siguiendo, una cocina de ensueño con un raro retrato fingiendo ser pared y el arte de la cocina.

Arriba, signos de niñez. Signos de niñez de esos que la gente suele desechar, pero en este lugar quedan como si estuvieran hechos para ese espacio justamente. Junto a estos: bailes risueños llenos de diversión y un disco de vinil. Abajo, encontré lágrimas y viento “difuminando el pasado”, como si estuvieran explicando quien estuvo aquí.

Más hacia abajo había un ataque de adolescencia, de un tal Ochodejulio, y cicatrices de guerra. Fue entonces cuando, por mi camino, se cruzó un instrumento relajante con cuatro patas que caminaba con demasiada paciencia. Así que voltee de nuevo a la izquierda y encontré una salida a la realidad, cubierta. Cubierta como si nadie la quisiera ahí. Como si la hubieran escondido.

Seguí con mi camino y había un lugar lleno de variadas armaduras que estaban preparadas contra el ambiente y perfectas ante la sociedad. Las cuales, en la cima, tenían un contenedor en forma de cubo lleno de secretos que no debí abrir. Secretos repletos de amor y de una muchacha que ya casi no dejan entrar a mi cuerpo. Y más arriba de esto había unas alas de esa misma muchacha, alas que simplemente me invitaron a volar, pero no lo hice, no tengo el valor.

Entonces, un reflejo sostenido por lo que algún día fue un árbol me gritaba las imperfecciones de mi ser, de mi alma, me gritaba que "soy la peor versión de mi misma". Arriba de ese reflejo un grito de felicidad compartida que no logra arrepentirse me enseño que “para ser viejo y sabio hay que ser joven y estúpido”.

De repente, a mi lado: cuidados cotidianos de una mujer desconocida. Miré hacia arriba, buscando un escape a ese reflejo que podía ver de reojo, como deseando “mudarme de espejo” y, junto con la sabiduría que he intentado adjuntar, aviste recuerdos. Uno de los cuales, aparte de devolverme al mundo de las sombras, me hiso entender que este era mi cuarto…

¿o mi cabeza?

La habana

Las horas en el hotel halagaban al horror. Hechizada en una hamaca, la honestidad hablaba hipócritamente.

Los hechos homicidas, con humor huracanado, hacían histéricos a los huéspedes que ya hurtaban hasta el hielo como huérfanos en el hoyo.

Un hombre humilde, algo hueco, hiperactivo y de huaraches, halló la habilidad de, con historias hastiadas de hipérboles, hacer humo a las heridas consecuentes. Y así, hacerle huelga a la histeria.

Héroe holgazán, héroe en ese hotel de la Habana.