Después de casi dos horas de intentos fallidos, por fin me estaba quedando dormida. Así que me recosté en mi casa, justo al lado de la ventana, con la calle acompañando mi velada.
En ese momento, ya medio inconsciente, escuché el sonido de unas llantas derrapándose, como estacionándose, y se escuchó que la puerta se abría.
-¿Cómo les fue, cuñado?
-Pues nada bien- se escuchó resentido
-¿Y mi hermana?
-Se tuvo que quedar en el hospital- su voz se escuchaba nerviosa.
-No me mienta, cuñado
-Pues no es que quiera pero no puedo, no le va a gustar la verda’
-¡Ya dígame!
- Pues se quedó en el bar. Pero le juro que ella quería y quería y no me dejo decirle que no y la tuve que llevar y ahí la intente convencer pero no quiso
- Usted dijo que la iba a sacar de ese disque trabajo, aunque gane dinero eso no está bien, va a salir lastimada. Yo le di a usted mi bendición porque me prometió que la iba a sacar.
Me puse a leer, evitando aquella conversación ajena. Solo se escuchaban blasfemias. Con palabras como puños. De pronto, volvieron a llamar mi atención con algo que salió de su boca: silencio. Se quedaron callados un buen rato, no entendí por qué.
- Ya, lo dejo hacer lo que quiera pero baje esa pistola, cuñao’ bájela- este señor, desconocido para mí, lloraba.
De pronto hubo un ruido que mis oídos nunca habían sentido. Mi mente sigue intentando olvidar aquel ruido. Metálico al principio, ventoso después y luego sentí como si el sonido me enseñara justo como la bala pasaba por la carne humana.
Al día siguiente me desperté con el sueño en mi cabeza, la rutina de todas las mañanas me distrajo un rato.
Al salir de mi casa, un carro blanco y azul con luces tintineantes en el techo me saco de mi rutina, me di la vuelta y camine alrededor de mi manzana para llegar a donde pude llegar con unos pasos.
Por más de una semana seguí evitando el lugar que mi ventana vigila desde arriba. No quería volver a ver esa mancha rojiza ya casi negra que estaba en el piso, con forma de charco y que ahora tenía un viejo chicle adornándola. No quería volver a recordar esa conversación que intentaba arraigarse en mi mente.
Después de las casi dos horas de intentos para dormir, al no poder por ese pensamiento de esa conversación de aquella noche, solo puedo repetirme: IGNÓRALO